Clarín recorrió los 220 km que hay desde José Mármol a Pergamino. En el trayecto hay tres ríos, baja señal de celular y poca iluminación. ¿La desaparición fue premeditada?
Nadie. Ni la Policía, ni los familiares, ni la Justicia. Nadie parece tener hasta ahora la más ínfima certeza de qué es de la vida (o de la muerte) de la familia Pomar. Pasaron 15 días desde que Gabriela Cristina Viagrán mandó un mensaje de texto a la altura del peaje de Villa Espil -a 120 kilómetros de Buenos Aires- a su suegro avisándole que faltaba poco para llegar a Pergamino. Fueron dos semanas en las que a lo máximo que se llegó es a alimentar el misterio. La Policía admitió recién ayer que la desaparición de Luis Fernando Pomar (40), su esposa Gabriela (36) y sus hijas Candelaria (6) y María del Pilar (3) pudo haber sido «premeditada»; por deudas, por un problema familiar o por algo que no se dice o no se sabe. Pero los seres queridos sostienen una hipótesis antagónica; que fueron víctimas de un secuestro o un robo.
En el chalet de los Pomar, en Ramírez al 2500, en José Mármol, todo lo que queda es el sonido tenue de un atrapasueños golpeando contra sí mismo, colgado en la puerta del garage. Las persianas bajas y los dos carteles de «Se vende» son lo último que vio la familia de su vida cotidiana, el sábado 14, minutos antes de las 19. A unas veinte cuadras de allí dejaron a Franco (13), hijo de Gabriela con su anterior pareja, en la casa de un compañero de escuela, y siguieron camino a bordo del Duna Weekend colorado.
Una hora después, la familia completa pasó el peaje de Luján. Y 18 minutos más tarde dejó el último rastro: Pomar pagó 2,40 del peaje de Villa Espil y su mujer mandó el SMS a Juan Manuel, su suegro, desde el celular de Fernando. Pero allí el tiempo perdió su sentido natural: los Pomar siguieron camino hacia ningún lado.
Según afirman los que conocen a Fernando, el camino que él tomaba para ir a Pergamino era siempre el mismo: primero ruta 7, después la 31 hasta Salto y desde allí la 32 hasta su ciudad natal. Fue el mismo que tomó un equipo de Clarín para intentar reconstruirlo.
La Policía descarta que se hayan caído a alguno de los tres ríos que cruzan el trayecto (Luján, Salto y Arrecifes) porque sobrevolaron la zona y no encontraron nada.
«Es difícil también que haya ocurrido un robo seguido de muerte porque no hay rastros, ni denuncias, ni testigos. Lo mismo un secuestro, ya deberían haber pedido un rescate», le explicó a Clarín la fiscal de Pergamino Karina Póllice. De hecho, Paul Starc, subsecretario de Investigación e Inteligencia criminal bonaerense sostuvo que los siguen buscando «con vida».
«Ese día, a esa hora, andaba mucha gente. En la ruta 7 no les pasó nada seguro, cualquiera hubiera avisado. Las desoladas son la 31 ó la 51», comentó Raúl Acosta, supervisor del peaje de Espil.
A partir de Espil, Pomar pudo haber tomado cualquier otra ruta. Si lo que hicieron fue desaparecer voluntariamente, difícilmente hayan agarrado la 31 -a pesar de que es un camino oscuro, sin señal de celular y con poco tránsito- porque lleva a Salto, ciudad anterior a Pergamino. «No anda nadie, pero ahí no pudo pasar nada, ni un accidente, porque los ‘riachos’ no son profundos», avisó Marcelo, un camionero que anda todos los días por la 31.
Si se escaparon, lo que no se sabe es por qué. María Robert, madre de Viagrán, admitió ayer que hubo episodios de violencia verbal entre su hija y Pomar, aunque «mi hija había empezado a reaccionar». Pero insistió en que no cree que haya sido un caso de desaparición voluntaria. Robert reveló que el matrimonio estaba en terapia de pareja y que Franco «era una mochila pesada» para su yerno, «pero mi hija jamás lo dejaría».
«La familia tiene que aparecer. Confío y tengo la esperanza de que aparezcan. Estamos trabajando en eso», afirmó el gobernador Daniel Scioli. A pesar de las esperanzas oficiales, la investigación sigue por ahora las huellas que no hay. Un camino incierto, una trama que no encuentra su desenlace.
Por Guillermina De Domini; Fernando Soriano en Clarin.com
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